Indicios 

Que una persona no esté temblando no significa que no tenga miedo, porque los miedos profundos no están a la vista, como las cucarachas en los basureros. 

Es necesario acudir a los indicios. La depresión, la ansiedad, el mal carácter, el aburrimiento, el estrés, la necesidad imperiosa de tener razón, ignorar a los demás, tratar de sobresalir y otra sarta de alimañas son la comparsa más frecuente del miedo. 

El miedo provoca un sufrimiento desgarrador en los seres humanos y tiene sus raíces profundas en la ignorancia de quienes realmente somos. 

Si una persona cree de forma superficial, que es lo que ve en el espejo, más sus pensamientos y emociones… 

  • ¿Y qué otra cosa soy? pregunta alguien. Pues soy el que ha nacido en tal fecha, hijo de fulano y mengana, en tal país y cuenta la historia de su vida, sus éxitos y fracasos, sus vivencias y  vicisitudes. Aquí tengo un documento que lo pone. 

Eres ese, claro que eres ese, y muchísimo más.  

  • ¿Más, qué más?

El día que tu corazón deje de latir y la sangre deje de llegar al cerebro y a los órganos vitales, ese que crees que eres, dejará de existir, comenzará a descomponerse y terminará siendo polvo del camino y eso da pánico. 

Los románticos como Gustavo Adolfo Becquer, lo han expresado de una forma, que hiela la sangre en las venas. 

  • ¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!

Y vivimos en una sociedad que rehuye hablar de la muerte, que trata de esconderla, como los que barren para abajo de los muebles. 

Y cuando un hombre ignorante de su esencia anda por la vida, todos notan su mal carácter, su tristeza, su falta de interés creciente por el trabajo y servir a otros, notan su egoísmo desmedido, su creciente desprecio por otras formas de vida y por sus semejantes. 

La gente nota su obsesión por procurarse buenos momentos a toda costa, por viajar y acumular cacharros, cuanto más caros, mejor. 

Pero nadie nota su miedo oculto a perder lo que realmente es en esencia, pocos se compadecen y la inmensa mayoría, lo juzga.

Por eso es más frecuente encontrar personas amargadas en las grandes urbes, que en los pequeños pueblos de la parte del mundo donde abunda la pobreza material. 

A pesar de la abismal pobreza de recursos materiales que padece una inmensa mayoría de los habitantes de este planeta, hay otra pobreza más cruel y despiadada, más causante de sufrimientos: la pobreza de espíritu, la profunda ignorancia de nuestra esencia divina. 

El día que nuestro cuerpo deje de funcionar en la cama de un hospital, en una cuneta producto de un accidente, en nuestra casa o donde sea, veremos sin ojos, escucharemos sin oídos, sentiremos sin corazón, con gran sorpresa, con la curiosidad de un niño, que seguiremos vivos, porque en nosotros no hay vida, somos la vida. 

Y en ese instante mágico podremos echar un vistazo al zurrón donde hemos puesto el verdadero patrimonio que hemos acumulado en esta existencia: 

  • Unos gramos de compasión ante el sufrimiento de otros.

  • Unas gotas de bondad para que alguien sonriera. 

  • Un poco de respeto ante esos hermanos pequeños que no lo hacían todo perfecto, otro de aceptación de que cada cual tiene sus retos y su propio camino hacia el desarrollo de su consciencia. 

  • Un centímetro de valor para dar rienda suelta a la creatividad con los dones y talentos que la divinidad nos ha dado a cada cual. 

  • Y por último, haciendo la alquimia que hacen las almas libres, convertir todos esos retazos de cualidades humanas, en lo que realmente son, en el polen que da lugar a las almas nuevas: el amor que somos.  


  





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