Los zapatos viejos 


Estoy absolutamente seguro que las diferencias entre la vida que vivieron mis abuelos y mis padres, fue relativamente poca. 

Más bien sencilla, basada en el contacto con la naturaleza, de la que se valían para obtener los recursos básicos para sobrevivir. 

Las relaciones humanas se limitaban fundamentalmente a la familia y los vecinos, que en algunos casos estaban a kilómetros de distancia, pero no muchos. 

En cambio, el estilo y las condiciones de vida de mis padres y las mías, han dado un salto abismal. 

A pesar de haber nacido y por tanto conocer en los primeros años la sencillez y la humildad de los campesinos cubanos, sin corriente eléctrica, ni alcantarillados, con el suelo de tierra y las paredes de tablas, he llegado a la época del James Webb que es un telescopio espacial, que en  julio de 2022, trasmitirá a la tierra desde millones de kilómetros, imágenes inéditas de la profundidad del cosmos. 

Un salto descomunal en el desarrollo tecnológico, aparejado a cambios abismales en la forma de vivir y relacionarnos. Eso me ha tocado vivir. 

Lo más lejos que viajó mi abuelo, fue de Pinar del Río, donde había nacido a “Vuelta Arriba” que le llamaban así a la antigua provincia de “Las Villas” donde el cultivo del tabaco, había hecho surgir una pequeña burguesía agraria, y por tanto, había un poco más de desarrollo de la economía. 

Mi padre nació y murió en un entorno de unos cuantos kilómetros y mi madre igual. 

Yo en cambio, he viajado a casi todos los continentes y es posible que me muera muy lejos del lugar donde nací. 

Me he relacionado con personas de diferentes culturas y costumbres y he adquirido una perspectiva muchísimo más amplia del espectro humano. 

Pero no todo es tan sencillo como parece, porque en primer lugar no creo que todas las personas que han vivido en paralelo conmigo, hayan tenido que enfrentar los mismos retos. 

“Cree el aldeano ignorante que su aldea es el mundo” dijo José Martí y sin embargo, en esa sabiduría inconmensurable que existe en el Universo, hay testimonios de seres humanos que han logrado el despertar de su consciencia, sin recorrer medio mundo y hablar otros idiomas, sin ir al Tibet o a la India. 

Lo cierto es que “cada época tiene sus fantasmas y sus brujos” como diría alguien y la nuestra no es una excepción. 

Percibo el mayor fantasma de la historia de la humanidad, dando paseos por las ciudades del mundo de hoy, con un salvoconducto para entrar desde los suburbios de Brasil y las cárceles de los países más pobres, hasta las lujosas mansiones donde viven los que tienen más. 

Ese fantasma es el sufrimiento, que no el dolor. 

El dolor puede ser físico por una dolencia, mental por el hilo de los pensamientos o emocional por la vibración que envuelve los estados de ánimo durante la mayor parte del tiempo en que nos encontramos en estado de vigilia. 

Ahora bien: el sufrimiento sólo aparece cuando nos identificamos con el que está sintiendo el dolor, ya sea físico, mental o emocional. 

No es lo mismo decir que algo me duele: 

  • Me duele haberme herido en un pie.

  • Me duele pensar en el futuro de mis hijos. 

  • Me duele que mi pareja me haya sido infiel. 

Que decirlo de otra manera: 

  • Hay dolor físico en mi cuerpo por una herida. 

  • Hay pensamientos dolorosos en mí, por el futuro de mis hijos. 

  • Hay dolor emocional en mí por la conducta de mi pareja. 

¿Quién habla en la segunda forma de expresarlo?

Veamos: se puede desglosar la frase de la forma siguiente: 

  • Tengo un cuerpo físico que siente dolor y yo soy consciente de eso, pero a la vez, soy más, soy el observador. 

¿Y quién es ese observador?

De la primera línea de pensamiento puede salir un “me gusta” o “no me gusta” mientras que en la segunda forma de percepción, no hay juicios. 

Ahí viene la segunda premisa del sufrimiento: la no aceptación del dolor. 

“¡No quiero que me duela!”

“¡Esto no debería estar pasando!”

“¡Yo no merezco esto que me está sucediendo!”

“Esto me sucede por mi culpa, y si hubiera hecho tal cosa o dejado de hacer, no habría ocurrido”

Todos estamos en un punto del camino y unos de una forma y otros de otra, en algún momento, que siempre será justo el adecuado, nos vamos a detener, vamos a hacer una pequeña inflexión en el rumbo, puede ser bajo la presión del sufrimiento, atraídos por la magia del amor, pero nunca casualmente, sino más bien por las más disímiles causas, y ese nuevo rumbo nos llevará de regreso a casa. 

Si estás sufriendo en este momento de tu vida, detente, respira y agradece, porque la inteligencia divina, en su infinita sabiduría, sabe que ha llegado la hora de cambiar el rumbo. 

Es hora de tirar a la basura los zapatos viejos. 




 

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